GABRIELA MISTRAL

 


GABRIELA MISTRAL: MUJER DISCRIMINADA

Si no podéis, entonces
¡ay! olvidadla.
Yo la maté. Vosotras
también matadla!

Prólogo”, del libro Lagar


Soy de la generación que hizo su infancia con los boleros y los tangos de los mayores y con la poesía de Gabriela Mistral, que era la voz lírica por excelencia.

Por eso me llamó la atención que Gabriela Mistral fuera siendo desplazada en las preferencias de los lectores a mediados de los años sesenta.

Entiendo que las preferencias del lector varíen con el tiempo, al ir descubriendo nuevos autores. Pero no al punto de ignorarla o de reducir su gran obra a un par de poemas para niños.

Era evidente, por tanto, que se había puesto entre ella y los lectores a modo de biombo, algo ajeno al gusto literario.

Y aquello, ¿qué podía ser?  

Veamos.

Primero fue un rumor; luego, una sospecha; después, con los años, creció hasta convertirse en una acusación, o si se quiere, en un dedo (hipócrita, a veces; descarado, en otras) que la señalaba como lesbiana.

Antes de continuar con el tema, aclaro que no estoy interesado para nada en curiosear en la vida privada de nuestra poeta. El motivo de estas palabras es, por un lado, llamar la atención acerca del doble estándar de una sociedad como la nuestra; por el otro, recordar aquí lo que ella misma dijo de esta “acusación” cuando se hallaba en el extranjero, ya sin ganas de vivir en su patria:

"De Chile, ni decir. Si hasta me han colgado ese tonto lesbianismo, y que me hiere de un cauterio (hierro candente) que no sé decir. ¿Han visto tamaña falsedad? (…) No se desea volver a lugares del mundo donde se hace con los propios asuntos una novela policial. Yo no soy ningún dechado; tampoco una cosa extraordinaria. Yo soy una como cualquier otra chilena". 

¿Y qué se ha dicho de ella?

Cito algunas “joyitas” que se publicaron en The Clinic el 16 septiembre de 2009:

“¿Lesbiana una mujer que tuvo amores clandestinos con el poeta Manuel Magallanes Moure?“

Otra:

“Sin embargo, desde hace ya largo tiempo se venían acumulando los indicios acerca de la condición sexual de Gabriela. El escritor y artista visual Francisco Casas declaró a comienzos de siglo: "Gabriela Mistral era total y completamente lesbiana y hablaba y escribía desde esa condición”. 

Más:

“El lesbianismo de la Mistral habría sido explicitado en estudios de expertos en literatura de las universidades de Nueva York y Columbia”.

Y la guinda de la torta. (¡Qué hipocresía!)

“Obviamente, las revelaciones en torno a su lesbianismo no desmerecen ni un ápice el juicio estético que merece su espléndida obra poética y en prosa”. 

Después de leer los comentarios, y lo que se escribió en su tiempo, a uno le llama la atención, no sin malestar, que haya más interés en curiosear en su intimidad que en su obra literaria. Todavía más. Que pasen por alto la "intimidad" (pues no era tal) de poetas que, más allá de su homosexualidad, no tenían nada que envidiar al cura Karadima. Por el contrario, sus aberraciones sexuales con adolescentes han sido justificadas con una denominación que hoy me parece eufemística: la de “poetas malditos”, solo por su condición de hombre.

Así es: Gabriela, una tremenda poeta que fue discriminada en su país, y que aún sigue siéndolo.



LA CASA


La mesa, hijo, está tendida
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cerámica.
Esta es la sal, este el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este Pan «cara de Dios»
no llega a mesas de las casas.
Y si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocaras,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.
Hijo, el Hambre, cara de mueca,
en remolino gira las parvas,
y se buscan y no se encuentran
el Pan y el hambre corcovada.
Para que lo halle, si ahora entra,
el Pan dejemos hasta mañana;
el fuego ardiendo marque la puerta,
que el indio quechua nunca cerraba,
¡y miremos comer al Hambre,
para dormir con cuerpo y alma!




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Harold Durand
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